La mató la tecnología
Por Javier Tucci
Quedó fríamente demostrado que
la maldita tecnología te aleja cada vez más de la realidad palpable. Si piensa
que no es así le propongo echarle un vistazo a esta crónica que de una muerte
anunciada no tuvo nada, aunque vino a través de un mensaje de wasap, a bordo de
los trenes de Once a Moreno y viceversa, en una noche caótica de Ramos Mejía.
El reloj de mi celular marcaba
las 19:45 de un viernes lluvioso. No veía la hora de llegar a Once y de ahí
correr al barrio para descorchar un vinito y decirle chau a una semana rara,
cansadora.
El mundo moderno ha elevado el
nivel de “pelotudización” del sujeto a la máxima potencia, y no sólo lo digo
por casos de parejas que se separan por culpa de un aparatito que no para de
sonar entre diferentes ringtons hasta bien entrada la madrugada, sino también
por otras situaciones como las que os narraré a continuación.
Cuadro de situación: alguien
murió bajo las vías del tren.
Yo venía en el tren que
rumbeaba a Once y de repente una frenada brusca y la luz chillona de otro tren
que se arrimaba. En ese momento todos cerramos los ojos. Por un momento pensé
que íbamos a chocar e imaginé cómo podría verse la muerte. Pero esta vez la
parca no se llevaría a ninguna de las ciento de personas que viajaban en el
reducto chaperil.
El impacto no fue de tren
contra tren, y la expresión de un pasajero que venía escuchando música mientras
iba a laburar- tal vez toda la noche- y que miraba por la ventana, dejó
entrever que alguien se había tirado bajo las vías.
“¡Justo a ahora se viene a
matar!”, decía la señora que se encontraba a mi lado; mientras tanto, otra
señora llamaba a su patrona a la capital para avisarle que no sabía cuánto se
iba a demorar por lo que estaba ocurriendo – y del altavoz del celular se
escuchaba un ‘apurate’ estudiado de algún libro sobre cómo tratar a las
“mucamas” tan común en épocas macristas-.
Más allá se escuchaban las
voces que iban y venían trayendo versiones diferentes y desde la vidriera
nocturna comenzaban a acurrucarse ambulancias, bomberos, policías y transeúntes
curiosos que no se querían perder ni una coma de la historia.
Las conjeturas llovían y
afuera la garúa pretendía seguir el curso de una semana de tarifazos que pegan
mal y anuncian poco. En los pasillos del tren se respiraba angustia y tedio,
sobre todo de aquellxs que esperaban llegar a su casa luego de una jornada
laboral.
Luego de media hora de
incertidumbre, la voz de un guarda comenzó a pedir a los pasajeros que se vayan
acercando de a poco a una de las puertas que se encontraba a tres vagones de
distancia, para luego poder descender. La maniobra duró otros 25 minutos, hasta
que por fin por una escalerita de madera improvisada, de menos de un metro,
comenzaron a bajar todo tipo de siluetas. En un momento pensé que la escalera
no nos iba a aguantar, pero el tren quedó completamente evacuado.
Fue entonces cuando comencé a
caminar las cuatro cuadras que me separaban de la estación de Ramos.
Me adelanté unos pasos hasta
la parada del 166 y vi la poca batería de mi celular y decidí enviar un
“wuasap”. En el mismo momento que wasapeaba, un tipo de unos 70 pirulos se puso
a chamuyar con un policía que iba en el mismo tren: “pobre la piba, y pensar
que todo fue por ese maldito celular”. Al instante saltó un pibe de atrás de la
fila y agregó: “sí, yo la vi cuando estaba escribiendo un wasap o un mensaje y
cómo tuvo que correr para que el tren no la agarre, pero no tuvo suerte y el
otro que venía de frente la pasó por arriba”.
El caso se había develado. Ese
alguien que cruzó el paso nivel que se encuentra llegando a la estación de
Ramos Mejía del ferrocarril Sarmiento fue una adolescente que calculó mal, o
que cruzó corriendo porque no vio que estaba cerca el tren que iba rumbo a
once. Se trataba de una piba que decidió boludear con su teléfono en el paso
nivel.
Moraleja: Menos celular y más
mirar a tu alrededor. Y si vas a cruzar las vías del tren, sacate un toque los
auriculares del cel y nunca estés wasapeando por donde pasa ese estrambótico
pedazo de chapa dura.
PD: tratemos de jugar más con
nuestros sentidos pero que sea por fuera de ese mundo mágico de estar
conectados a todo menos a la realidad que nos circunda. No quisiera pecar de un
treintañero retrógrada o meterme en esa de que todo tiempo pasado fue mejor,
porque no comulgo con verdades absolutas. Pero estemos atentos a no
esclavizarnos con aquello que las industrias culturales digitan para esta
generación, donde por tratar de atrapar un Pokemón podés llegar a romperte los
dientes al caer de una escalera, o correr peor destino.
Pensalo, cuidate, querete,
ojito…OJeTe
Publicada el 30/08/2016 por Revista PPV https://bit.ly/2HLzFES
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